El
olor a canela inundaba la habitación, envolvía cada libro de la
estantería, la desmesurada cantidad de papeles encima del
escritorio... Se metía entre tu pelo, jugueteaba entre las sábanas
y se podía oler incluso en tus pechos.
Y yo, celoso. Es
estúpido, pero sí... celoso. Porque ese olor te rodeaba como yo no
puedo, ese maldito olor acariciaba tu anatomía como las yemas de mis
dedos no pueden hacerlo. La verdad es que no sé si se puede estar
celoso de un olor, pero es que hacía desvanecer el olor de tus
gemidos, ocultaba el olor de nuestro sexo, el de nuestras caricias.
De repente una explosión;
perfume a clímax que rebosaba y los cinco sentidos presentes: el
tacto de tu piel erizada, los decibelios de tu orgasmo, tu cara
iluminada de placer, el sabor del buen sexo, y... ese perfume.
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